martes, 21 de enero de 2014
Este artículo fue publicado en La
Jornada el sábado 20 de julio de 2013, y debido a la situación actual, me parece pertinente republicarlo.
El
20 de junio, la agencia de noticias Bloomberg, un sistema de
información dedicado a las finanzas mundiales, publicó un detallado
reportaje que llevaba el (nada) extraño título de: Porqué el fin
del ataque de los carteles de la droga contra el limón es un triunfo
de Carstens. El lead
de la nota contenía, en rigor, la clave del extraño correlato entre
los narcos, los
limones y el encargado de velar por el buen funcionamiento de la
economía nacional: El Ejército Mexicano está apoyando al
gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, en su lucha para
estabilizar la inflación. La historia es como sigue.
Desde 2011, año en que los poderes locales del estado
de Michoacán cambiaron de mano, los carteles
del crimen organizado empezaron a extender sus dominios al control de
las cosechas y la comercialización de los prósperos cultivos de
limón y aguacate en el fértil territorio donde habitan los
pobladores de La Ruana, Bellavista y Tepalcatepec. En un breve lapso,
lograron establecer quién, cuánto y cuándo sembraba qué cultivo
en la región y, sobre todo, el pago de onerosas cuotas para entregar
las cosechas a los transportistas.
Los pagos por derecho de aduana para comercializar los
frutos pronto se reflejaron en los precios al consumidor. Si el limón
y el aguacate llegaron a costar (durante ¡dos años!) cuatro o cinco
veces más de su valor habitual, esto no se debió al cambio de las
condiciones climáticas ni a las demandas de la exportación –que
son explicaciones en las que incluso las amas de casa creen en la
actualidad–, sino simplemente al aumento del costo producido por la
extorsión a los agricultores. Las cientos de denuncias enviadas al
gobierno de Felipe Calderón por los vecinos de La Ruana fueron
inútiles, como también lo fueron las que enviaron al gobierno de
Peña Nieto en los primeros meses de su gestión.
A partir de febrero, los pobladores de las tres
localidades comenzaron a reunirse en asambleas públicas
para formar cuerpos de policías comunitarios que los protegieran
frente a la extorsión. Se desató la guerra. Siguieron los
enfrentamientos y los muertos. El gobierno federal reaccionó
hasta fines de mayo, enviando tropas y logrando algo que parecía
imposible desde 2007 (cuando se iniciaron las primeras incursiones
militares en Michoacán): despejó las carreteras, al parecer
pactó con Los Templarios
y otros grupos y, súbitamente, el precio del limón se redujo a sus
niveles normales.
¿Qué fue lo que obligó al gobierno federal a adoptar
las medidas que bien podía haber emprendido dos años antes?
La aparición de los policías comunitarios fue el
primer aviso de que la ominosa conjunción entre la indiferencia
federal, la complicidad del gobierno local y la voracidad de los
carteles había empezado a perder su poder. Pero lo que provocó la
reacción oficial, según el reportaje de Bloomberg, no fueron los
muertos, ni las extorsiones ni los secuestros que mantenían en
zozobra a la población local, sino el aumento de los dígitos de la
inflación. Según esos cálculos, el precio del limón –que se
consume masivamente en el país– contribuye en 0.17% al costo
general de la canasta básica. Los expertos en Estados Unidos que
velan por la estabilidad de la economía mexicana, llegaron a la
conclusión de que, sumados, los precios acumulados de alimentos de
la canasta básica, propiciados por las extorsiones en todo el país,
podían afectar hasta en 1% o 1.5% a los dígitos del inflación (que
calculan entre 4.5% y 5% en total). Los telegramas empezaron a
acumularse en las oficinas de Hacienda y el Banco de México, y
entonces sí, la Secretaría de Gobernación, encargada por Peña
Nieto, decidió actuar de inmediato.
Hay un ingrediente de portentosa perversión en los
paralajes que definen en la actualidad a las prácticas de gobierno.
Al parecer, la única razón que ha logrado afectar realmente a los
cuerpos tecnocráticos es la sensibilidad de los dígitos: el estado
de las aguas gélidas del mercado. Las vidas, los muertos, la
emigración forzada, el abandono, la destrucción son una suerte de
capital desechable.
La pregunta es qué hará esta misma tecnocracia cuando
el mercado muestre que puede poner perfectamente a su servicio al
crimen organizado. Empresarios y empresas canadienses han estado
contratando desde hace varios años a sicarios para contener las
protestas en contra de las condiciones precarias bajo las que
trabajan. Varios activistas sociales ya han sido asesinados. Todo
esto se sabía desde hace dos años, hasta que finalmente las
denuncias llegaron al Senado. ¿Cuál fue la reacción del gobierno
federal? ¡Solicitar una entrevista a la embajada canadiense! Uno
piensa de inmediato: ¿es una broma? No. No es broma. Algo así como:
para contener la inflación, incluso el Ejército es bueno. Pero nada
que ahuyente a la inversión y los inversionistas. Por más que sean
empresarios delincuentes. Finalmente, son empresarios.
El dilema actual de las sociedad mexicana es que, como
alguna vez lo auguró Benjamin para el siglo XX, el estado de
excepción se ha convertido en el estado permanente. Sólo que ahora
no se requiere de líderes carismáticos ni órdenes fascistas para
imponerlo. Es la lógica del mercado la que puede legitimarlo de
manera despreocupada. Y por supuesto, el cuerpo que vela por que
permanezca como la razón de ser de todo lo que nos hace modernos: la
tecnocracia.
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