viernes, 3 de enero de 2014
Un violento proceso económico, político
y cultural encapsulado bajo el mote de “progreso” está en curso. El
multifacético neoliberalismo, que comenzó a implementarse en México con el
gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), no sólo ha ocasionado una
terrible miseria económica y moral, una lacerante desigualdad en la
distribución de bienes, servicios y derechos y, por no decir más, terribles e
inhumanas condiciones de vida; sino también ha ocasionado aquello que Sousa
Santos denomina fascismo societal:
una serie de procesos sociales mediante los cuales grandes segmentos de la
población son expulsados o mantenidos irreversiblemente fuera de cualquier tipo
de contrato social vigente, el aniquilamiento de los espacios públicos
autónomos, el sometimiento social a la lógica del mercado global y la creación
de un nuevo tipo de ciudadano que se caracteriza por el aislamiento, el egoísmo
y la satisfacción inmediata.
Cuando un gobierno se ha convertido en
una organización política exclusiva de una clase; cuando el gobierno es una
organización de dominio asimétrico y vertical; cuando el gobierno se ha
transformado en una maquinaria de opresión, robo organizado y encarcela
injustamente; cuando el poder del gobierno es, como pensaba Marx en el Manifiesto, violencia organizada de una clase para la opresión de otra; es
legitimo reconocer el derecho a la revolución, o sea, como dice Thoreau, a no prestar lealtad al gobierno y resistirse
a él cuando su tiranía o su ineficacia son grandes o insoportables. Significa,
en pocas palabras, que el ser humano no debe ser participe ni cómplice de un
gobierno que atenta contra el orden civil y la vida humana. Pongamos un ejemplo del autor del célebre Walden: “Si mil hombres no pagasen sus tributos
este año, eso no sería una medida tan violenta y sangrienta como el hecho de
pagarlos y permitir con ello al Estado cometer violencia y derramar sangre”. Cabría
preguntarse, ¿qué es más violento: reproducir un sistema como el actual que
avasalla los derechos fundamentales, que es antidemocrático y que por su propia
naturaleza ocasiona miseria y exclusión (omito cifras) o llevar a cabo una serie
de acciones encaminadas a revertir ese sistema para instaurar otras formas de
relación humana?
| Zapatistas en San Cristobal de Las Casas Archivo @filosdie (2013) |
Pero además, y hay que decirlo así, lo
anterior significa que los problemas que laceran a la sociedad no sólo son
ocasionados por el gobierno pues los hombres con su apatía e inacción posibilitan,
legitiman y reproducen ese mismo gobierno. Muchos ciudadanos se oponen al modelo
económico-político impuesto en México pero en la práctica no hacen nada contra
él; otros anteponen su libertad a la cuestión económica y viven del menor esfuerzo por la mayor ganancia; pululan
quienes se lamentan de tantos problemas pero dan la espalda a las nuevas formas
de esclavitud, violencia y enajenación. Ideas como “no se puede hacer nada”, “dejemos
las cosas como están” y otras más, no hacen sino generar pasividad y reafirmar
nuestra propia mezquindad.
Desde luego que hay factores ideológicos
y psicológicos que explican esto; sin embargo, de la mano de Thoreau vale la pena preguntarse: ¿cuál es el precio actual de un hombre
honrado y patriota?; y más todavía ¿cómo debe comportarse un hombre con
respecto al gobierno mexicano actualmente? La toma de una posición política por
parte del ciudadano no es fácil, pasa por el reconocimiento de esa postura y no
menos de sus consecuencias. Por lo pronto, sigo a Sánchez Vázquez para señalar
que el mundo en que vivimos podemos pensarlo como <<nuestro mundo>>
o como <<un
mundo ajeno>>;
de dónde salen dos posturas extremas:
1) dejar el mundo como está,
2) rechazarlo y contribuir a
transformarlo.
De acuerdo con esto, si pensamos en dejar al mundo como está, la posición
del ciudadano será aquella que se limite a interactuar en lo dado, a repetirlo.
O bien, en el mejor de los casos, significa que en ese mundo los principios
esenciales (libertad, igualdad, democracia, solidaridad) están garantizados y
no habría por qué cambiarlo. Ahora bien, si se trata de transformarlo, es porque no se acepta ya no digamos sólo las
relaciones de explotación, dominación y degradación humanas sino también toda
forma de fascismo societal y por lo
tanto será preciso adoptar ideas y acciones que logren superar tal estado de
cosas. En cualquier caso hay una exigencia de índole moral. Es decir: si se
quiere dejar el mundo como está o si es necesario transformarlo es porque esos
principios lo demandan y por tanto la actitud del ciudadano debe ser
proporcional a la salud de esos principios.
Es en este sentido que el concepto de
desobediencia cobra relevancia. La desobediencia es una exigencia política y moral
que intenta trasformar el orden imperante; es un paso dentro del proceso
revolucionario. Implica un cambio en la mentalidad humana, en las costumbres y
tradiciones. Desobedecer encarna los más altos principios políticos e implica dignificar
la vida pública mediante una inmensa constelación de acciones (aquí se
mencionan muchas de ellas). El desobediente
niega su lealtad a todo ese aparato de dominio para reivindicar no sólo su
autonomía sino la solidaridad social. Por lo demás, desobedecer es una acción consciente
en la que, con lo no permitido, se profundiza
la dimensión política para darle un rostro humano.
En 1998 Pablo González Casanova decía
que la única alternativa al sistema imperante era una revolución democrática preferentemente pacífica, que va enfrentar obstáculos y violencia.
Por consiguiente, el debate en torno a la desobediencia se extiende al ámbito
de las acciones: la vía pacífica o la vía violenta. (Continua…)
Fuentes:
Thoreau, Henry D. (2002), Desobediencia civil, España, El barquero.
Osorio, Jaime (comp) (2011), Violencia y crisis del Estado, México,
UAM.
Santos, Boaventura de Sousa (2005), El milenio huérfano. Ensayos para una nueva
cultura política; Ed. Trotta/ILSA,
Sánchez Vázquez, Adolfo (1967) Filosofía de la praxis. México, Grijalbo.
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